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Tras la llama de su lumbrera
Nació el 20 de octubre de 2003 y creció viendo delante de él una brillante luz. Iluminaba todo a su paso, o por lo menos así es como él veía su mamá, una mujer emprendedora, llena de pasión, ambición, esfuerzo, pero sobre todo amor por su hijo.
Cuando Alex (nombre ficticio porque pidió cuidar su identidad) cumplió siete años, la lumbrera empezó a atenuarse, pero eso no impedía que le diera la luz que él necesitaba para caminar. Eran como destellos, una lucha constante, como una vela al enfrentarse al fuerte azote del aire. Su madre fue diagnosticada con una enfermedad de fallo renal.
Su padre, distante emocionalmente, no fue una figura constante en su vida, por eso toda su atención se dirigía a observar cómo todos los días sin falta su madre salía a vender todo tipo de productos hasta trabajar en el negocio de los abuelos. Había veces en que no podía ni caminar, pero ella ponía todo su esfuerzo para salir adelante, con una enorme sonrisa. Miraba esta locomotora que nadie podía frenar, a pesar de que pareciera que el combustible se estaba terminando.
Él no se podía quedar quieto, las manos le picaban de no hacer nada, los pies se acalambraban y el estómago le cosquilleaba. Cuando estaba cursando la primaria decidió seguir las huellas de su madre, en su motivación por querer ser como su luz radiante, pese a su corta edad; y se puso a vender artículos escolares.
Todo parecía estar marchando bien, hasta la llegada de la noticia que marcaría un antes y un después en su vida: su madre había fallecido. Él sabía que llegaría, pero su esperanza era más fuerte que el pensar en que un día la lumbrera se apagaría. Tenía 15 años cumplidos.
Pero su madre había plantado una semilla dentro de él, un aprendizaje para seguir adelante, con esfuerzo y pasión, así que comenzó a trabajar en una embotelladora y purificadora de agua. En sus tiempos libres, ayudaba en la empresa de sus abuelos, con jornadas de hasta 12 horas por un salario de entre 300 a 400 pesos, para poder sustentarse.
Como él mismo dice: «A veces la vida es muy complicada, pero hay que tomar las mejores cosas de las personas, siempre tienes algo que aprender».
Durante su estancia en la preparatoria, la picazón volvió a sus manos, por lo que se determinó a vender dulces, botanas y accesorios para teléfonos a sus compañeros. Aunque las clases pasaban a segundo plano, su habilidad para emprender ya se estaba desarrollando.
Con el tiempo, ganó una base de clientes fieles y se hizo más conocido entre sus compañeros. Inspirado por el ejemplo de su madre, encontró en el emprendimiento un camino que no sólo le brindaba satisfacción personal, sino también una forma de conectar con el recuerdo de ella.
Al entrar a la Universidad de Guadalajara, continuó vendiendo. Sin embargo, en su segundo semestre, debido a restricciones, dentro del centro dejó de vender temporalmente. Esto no lo iba a detener, tenía mucho combustible que gastar, así que se propuso comenzar a vender de manera ambulante y ampliando su inventario para incluir ropa americana. El dinero nunca fue su meta, sino como su madre le enseñó, buscaba deleitarse al trabajar y soñaba con tener un negocio más estable y formal.
Cada emprendimiento, cada día de trabajo, cada esfuerzo, cada desvelo, cada gota de sudor, no sólo le otorgaba el bien económico, le daba algo que él apreciaba aún más: los lazos que se forjaban al vender un dulce o una funda de celular; no era un vendedor más que deambulaba por los pasillos, generaba genuinamente vínculos fuertes, una red de apoyo, hasta llegar a conocer a gente con el mismo placer por el emprendimiento.
Estos amigos le informaron de un programa de emprendimiento que se avecinaba en el Centro Universitario de Ciencias Económico Administrativas. Cuando escuchó sobre la convocatoria de «Emprende CUCEA» vio una oportunidad perfecta para formalizar su negocio. Decidió participar con el objetivo de no sólo mejorar su negocio, sino también equilibrar su vida académica. Aunque al principio fue difícil, ya que pasaba hasta 12 horas en la universidad, logró encontrar un balance entre vender y estudiar.
Actualmente, mantiene un promedio de 94, orgulloso de los resultados que poco a poco está logrando. Gracias a «Emprende CUCEA» ha encontrado un espacio donde puede seguir creciendo tanto en lo académico como en lo empresarial, y su anhelo por superarse sigue creciendo cada día más.
A pesar de los desafíos, tiene un sueño claro: abrir su propio restaurante. Para él, el éxito no radica sólo en obtener ganancias, sino en aprender de cada experiencia.
Tiene la convicción de que «con esfuerzo siempre se avanza un poquito, y cuando sientes que retrocedes, al dar un vistazo al pasado te das cuenta de que estás muy lejos del punto de partida».
La llama que admiraba en su niñez ahora es una fogata propia, en busca de nuevas ideas, experiencias y dedicación diaria.
Atentamente
“Piensa y Trabaja”
“30 Años de la Autonomía de la Universidad de Guadalajara y de su organización en Red”
Guadalajara, Jalisco, 10 de diciembre de 2024
Texto: Gaceta UDG
Fotografía: Gaceta UDG